Málaga Cultural
Cuento | Don Cristobal. Dr. Manuel García del Río

DON CRISTÓBAL
Dr. Manuel García del Río
A mis compañeros, médicos rurales, del siglo pasado
Y sonó de nuevo el timbre. Y de nuevo la sirvienta abrió la puerta.
-“¿Está don Cristóbal?”.
-“Si, está comiendo, espera”.
-“Don Cristóbal la hija de doña Julia, la del estanco, está ahí”.
-“Dile que pase”. Entró Encarnita.
-“Don Cristóbal, mi madre está peor respira con más dificultad”.
-“Espera, que voy contigo”. Josefa, que así se llamaba la sirvienta, hizo una mueca de disgusto y pensó, “un día más que don Cristóbal no termina de comer”.
Doña Julia no estaba peor. Simplemente se había atragantado con su propia flema.
Don Cristóbal se dirigió al consultorio, pues, aunque quedaba una hora y media para pasar consulta, no le daba tiempo, como le hubiese gustado, jugar en el casino una partida de dominó.
Se sentó en la mesa del despacho y pensó. Pensó en como hizo la carrera y cómo había llegado a ese pueblo como único médico. Pensó en su novia que vivía en la capital y trabajaba de anestesista en un hospital. Novios durante toda la carrera y ahora separados. ¿Merecía esto la pena? Sí, las personas le respetaban y con el cura, el cabo de la Guardia Civil y el señor alcalde eran las fuerzas vivas del pueblo.
Otra pregunta que se hacía con frecuencia era si estaba al día de la medicina, si dominaba el mínimo que necesitaba para estar solo en el pueblo. Con don Justiniano lo pasó muy mal. Claramente tuvo un infarto de miocardio. Le llamaron de urgencia y acudió rápidamente. Usó las gotas sublinguales que siempre llevaba en el maletín. Se le había parado el corazón, tomó el tubo para intubar. No lo consiguió. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Salió de la parada gracias a los golpes en el tórax de Aquilino, un cabrero que andaba por ahí y por las bocanadas de aire que le dio Margarita la farmacéutica. Todo esto le preocupaba y mucho.
“Don Cristóbal que Mariquiqui está pariendo que vaya corriendo. Don Cristóbal que tiene que ir al cortijo el Chaparral que José el de las yeguas se ha ahorcado. Don Cristóbal que vaya al colegio que Raulito se ha caído y se ha roto el brazo. Don Cristóbal……” Y así fue recorriendo parte de sus actuaciones en el pueblo. Y mientras pensaba todo esto sonó el timbre del consultorio. Abrió y entró Nacho el del bar.
-“Don Cristóbal tengo un gran dolor de tripa y no paro de vomitar”. Le palpó. Sospecha muy fundada de apendicitis.
-“Nacho tienes que ir a la capital al hospital, pero don Ramón el ganadero creo que ha salido con el coche, habrá que esperar a que venga o que alguien te acerque a la carretera por si pasa un camión y te quiere llevar. Mi coche ya sabes que está averiado y al parecer no tiene arreglo”.
El consultorio se fue llenando. -“Nacho, siéntate aquí a esperar”.
Mientras en el aire continuaba la repetición de la palabra Don Cristóbal; “Don Cristóbal me ha dicho mi abuela que le recete estas pastillas que le va muy bien, don Cristóbal que mi padre dice que le firme la baja para tres días, don Cristóbal que dice mi madre que me dé el pase para el hospital que ya tengo dieciséis años y sigo haciéndome pipi en la cama, que lo suyo no me ha hecho efecto, don Cristóbal, don Cristóbal, don Cristóbal….”
Y don Cristóbal cogió su maleta se fue a la carretera y un camión, cargado de zanahorias, lo llevó al hospital donde trabajaba su novia. La buscó y le dijo: “cariño voy a trabajar de visitador médico, nos casamos y volveré a trabajar la medicina en unos añitos, que seguro estará mejor la profesión”. Se casaron y pasados diez años pidió volver a trabajar como médico. Le asignaron un ambulatorio. Al segundo día de trabajo le pegó el tío de un enfermo y al tercero, lo denunció un vecino de otro”.
De don Cristóbal nunca más se supo.
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